La ciencia del sentido común: De la obediencia al criterio, del pánico al principio de precaución.
El fin del dogma sanitario. Una autopsia al relato pandémico.
Dra. Natalia Prego Cancelo [Suscríbete aquí para recibir artículos como este](https://nataliaprego.substack.com/subscribe)
Anatomía de un desencanto sanitario; la ciencia deja de ser rehén del miedo.
“En el principio, era el miedo”. No un miedo ancestral, de esos que nos hacen huir del fuego o de las bestias, sino uno más sofisticado: un miedo embotellado, administrado en dosis mediáticas, con precisión quirúrgica por los sumos sacerdotes de la bioseguridad. Durante años, se erigió una arquitectura emocional y técnica con una velocidad desconcertante. En su altar, oficiaron burócratas que aprendieron a declinar el verbo "cuidar" como sinónimo de "coaccionar", y en nombre de un bien común desprovisto de toda ética, se implementaron políticas que hoy, torpemente, comienzan a desmoronarse.
Entonces aparece el Secretario de Salud y Recursos Humanos Robert F. Kennedy Jr., no en una epopeya de Hollywood, sino en un video “aparentemente” insignificante, anodino, flanqueado por dos voces nada marginales: el Dr. Jay Bhattacharya director del Instituto Nacional de salud y el Dr. Marty Makary Comisionado de la agencia reguladora de medicamentos de Estados Unidos la FDA. Juntos, anuncian lo que debería haber sido obvio desde el principio: que las “vacunas” covid, en su formulación más ambiciosa y universalista, nunca debieron ser obligatorias para niños sanos ni para mujeres embarazadas sin afecciones preexistentes. «Es sentido común y es buena ciencia», afirma Bhattacharya. Y uno no puede evitar detenerse en esa frase, como quien encuentra un oasis tras años de vagar dogmáticamente.
Decir que algo es de sentido común puede parecer banal, incluso reaccionario, en esta época donde la complejidad se confunde con la sofisticación moral. Pero en este caso, Bhattacharya no invoca lo común en el sentido de ordinario, sino en el sentido común ante una ciencia que había sido capturada por la ideología y la ansiedad. Lo que propone es un retorno a una epistemología perdida: la de observar, cuestionar y dudar. El sentido común, bien entendido, es el preludio de la buena ciencia. No surge de la fe, sino de la experiencia acumulada, de patrones repetidos, del cuerpo humano como territorio legítimo para la deliberación y no como un campo de batalla ideológico.
Por lo tanto, es "buena ciencia" reconocer que los datos nunca respaldaron una estrategia de refuerzo infinito en bebés sanos. La tasa de morbilidad grave por COVID-19 en niños, consistentemente baja a nivel mundial, no justifica una intervención masiva con un producto que, en ausencia de ensayos longitudinales concluyentes, presentaba más incógnitas que certezas. No se trata de ser antivacunas, ese insulto habitual que se ha usado para silenciar cualquier conversación incómoda, sino de reivindicar el escepticismo como virtud científica. ¿Desde cuándo la duda se ha convertido en sinónimo de herejía?
“Los niños no la necesitan”, declara el Dr. Marty Makary, comisionado de la FDA, y la frase, lejos de ser incendiaria, es un diagnóstico que se impone con la gravedad de lo obvio. Pero lo obvio fue perseguido. Aquellos pediatras que se atrevieron a argumentar que la relación riesgo-beneficio no favorecía la vacunación sistemática de bebés fueron silenciados, desestimados, sometidos al ridículo digital por los nuevos inquisidores del consenso. Y, sin embargo, el tiempo, ese juez sin rostro, les ha dado la razón.
Que los niños no la necesiten significa que su arquitectura inmunitaria ha demostrado, desde el principio, ser lo suficientemente robusta, resiliente y eficiente como para no requerir refuerzos artificiales cuyas consecuencias, como todo en medicina, requieren décadas de observación. ¿Por qué insistir entonces? ¿Qué impulso llevó a gobiernos enteros a ignorar la prudencia? Quizás porque la verdadera pandemia no fue viral, sino ideológica: una pandemia de certeza moral, de arrogancia tecnocrática, de salvadores con batas blancas y corazones blindados.
Aquí es donde el discurso técnico debe dar paso al conjunto de conocimientos con los que establecemos, de manera racional, los principios más generales que en medicina organizan y orientan el conocimiento de la evidencia como , realidad, así como el sentido del obrar del médico ante el paciente, pero también ante el sano, para implementar buenos hábitos de vida saludable, y de paso prevenir daños por iatrogenia. Porque lo que se experimentó —y aún no se ha narrado adecuadamente— fue una colonización de la ética mediante la ingeniería social. En nombre de la "protección de la vida", se impusieron políticas cuyo desprecio por la libertad, la autonomía del paciente, la soberanía sobre el propio cuerpo, y la responsabilidad individual alcanzó niveles que recuerdan a distopías literarias, de no ser porque se llevaron a cabo en nuestros barrios, en nuestras escuelas, en nuestros vecindarios, en nuestros cuerpos.
Los profesionales de la salud, convertidos en ideólogos, se disfrazaron de "expertos" y dictaron políticas con la arrogancia de quienes se creen investidos de infalibilidad moral. Pero lo que faltaba era la verdadera ética: aquella basada en la humildad, en la deliberación, en la conciencia de que la salud no es una estadística, sino una experiencia singular. La historia de la talidomida debería habernos inmunizado contra el optimismo tecno científico. Pero se olvidó, como tantas tragedias se olvidan cuando quienes ostentan el poder necesitan construir nuevos mitos fundacionales.
La memoria como resistencia
La talidomida fue, durante años, el símbolo de una medicina apresurada, comercialmente interesada, clínicamente irresponsable. Se ofrecía para aliviar náuseas en embarazadas. Se vendía como segura. Y entonces llegaron los nacimientos mutilados, los niños sin brazos, sin piernas, y una generación entera marcada por el experimento disfrazado de progreso. ¿No debía ese episodio vacunarnos contra la confianza ciega? ¿No era nuestra obligación desconfiar cuando se sugería que una nueva solución universal debía ser aceptada sin preguntas?
El covid no ha sido una excepción histórica, sino la repetición de una vieja tragedia: la de creer que la ciencia puede desligarse de la política, o peor, la de creer que puede ser administrada por burócratas sin alma. Lo que Bhattacharya, Makary y Kennedy Jr. anuncian ahora no es simplemente un cambio de política sanitaria: es la admisión de un fracaso civilizatorio. De un modelo que, al no escuchar a médicos y científicos de carreras intachables, disidentes, terminó arrojando a millones al vértigo de una confianza rota.
El futuro como interrogante
Ahora que las agujas se guardan y los comunicados cambian de tono, cabe preguntarse: ¿seremos capaces de aprender? ¿De construir una ciencia más humana, una política más ética, una ciudadanía más escéptica? ¿O volveremos a dormirnos en el sueño moroso del paternalismo “benévolo”, esperando que algún nuevo tecnócrata nos diga cómo vivir, cómo respirar, cómo inmunizarnos?
La medicina no debe ser religión. La ciencia no debe ser dogma. Y la salud pública no debe ser herramienta de ingeniería emocional. Los niños no necesitaban la vacuna. Nosotros no necesitábamos la obediencia. Pero sí necesitamos memoria. Y esta columna es un pequeño acto de resistencia para que el olvido no sea también una política pública.
Porque al final, el sentido común —ese viejo sabio ninguneado por la modernidad arrogante— sigue siendo nuestro mejor antídoto contra el delirio de los salvadores.
Desde otra perspectiva —y con razón—, urge hoy alzar la voz contra la deriva totalitaria de la Organización Mundial de la Salud. No es casualidad que Estados Unidos decidiera retirarse de esta institución: el punto culminante llegó con la aprobación, la semana pasada cuando a mano alzada, ante este nuevo instrumento orwelliano al que han denominado el “Tratado de Pandemias”. Un acuerdo que, lejos de aprender de los errores pasados, los institucionaliza. Y no lo hace solo: este tratado trabaja en tándem con las enmiendas al Reglamento Sanitario Internacional (RSI), aprobadas en la Asamblea Mundial de la Salud entre el 27 de mayo y el 1 de junio de 2025, y cuya sutileza jurídica roza la perfidia. Entre estas enmiendas se encuentra el infame Anexo 1, que obliga a los Estados a combatir la «desinformación», un concepto que —en un prodigio de ambigüedad— no se define en ningún artículo del RSI. Así, se impone una norma subjetiva y autoritaria como dogma global: si un Estado, por ejemplo, con tendencias totalitarias, declara que una evaluación crítica —incluso si proviene de científicos reputados con una trayectoria impecable— constituye «desinformación», entonces todos los países adheridos deben alinearse, actuar en consecuencia, censurar, eliminar y silenciar. Cualquier voz disidente será tratada como un enemigo público, incluso si viene cargada de datos, sentido común y evidencia. Peor aún: el RSI también establece que la OMS puede, en determinadas circunstancias, dictar qué vacunas deben ser obligatorias para ejercer el derecho humano a la libre circulación. La pesadilla que ya hemos vivido —con certificados digitales, coerción biomédica y ciudadanos tratados como ganado médico— no solo no ha terminado, sino que amenaza con institucionalizarse. No es de extrañar, entonces, que hoy celebremos el regreso del sentido común y la buena ciencia como un acto subversivo. En este ambiente enrarecido, pensar se ha convertido en un acto de resistencia.
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Así fue, apreciada Doctora Natalia. Lo que tuvimos que PADECER en esos ACIAGOS años de 2020/24 fue, en verdad, la PUESTA EN ESCENA de un TERRORISMO SANITARIO PARALIZANTE a nivel global. Ese TERRORISMO fue el PRELUDIO de un REPUDIABLE CONFINAMIENTO INNECESARIO seguido de una ABYECTA PSEUDO VACUNACIÓN que TERMINÓ con la vida de tanta gente sana y que dejó enfermos a tantos ciudadanos (que ahora son PACIENTES VITALICIOS y CAUTIVOS de los LABORATORIOS que NUTREN a las FARMACÉUTICAS con una GANANCIA DE FUNCIÓN realmente INFAME.) CORREGIR y OCULTAR los ERRORES de la VACUNACIÓN FORZADA: miocarditis, turbo cáncer, daños neurológicos, herpes zóster, etc., etc. es ahora LA "GRAN MISIÓN" de estos SÁTRPAS DESALMADOS. Por eso NO debemos caer en la DESMEMORIA y RECORDAR SIEMPRE a las NUEVAS GENERACIONES que lo que se vivió en ese lustro (2020/24) fue un golpe de ESTADO contra la HUMANIDAD. Y lo más importante para RESALTAR: NUNCA MÁS los verdaderos ESPECIALISTAS deben CEDERLE EL ESPACIO a los EXPERTOS EN NADA que se VIRALIZARON en la PRENSA y la TELEVISIÓN BASTARDAS. Desde Mendoza, Argentina: gracias, Doctora, UNA VEZ MÁS, por su VALENTÍA y por esa prosa IMPECABLE con la que TRANSMITE su GESTA por la VERDAD, la MEMORIA y la JUSTICIA. MI RENOVADA ADMIRACIÓN por su accionar valiente y temerario. Un gran saludo.
Es muy buena noticia, pero en Europa la lucha sigue 😓